jueves, 12 de septiembre de 2013

República


República (del latín res publica, ‘la cosa pública’), forma de Estado basada en el concepto de que la soberanía reside en el pueblo, quien delega el poder de gobernar en su nombre a un grupo de representantes elegidos. En la práctica este concepto ha sido, sin embargo, ampliado, distorsionado y corrompido de diversas formas, por lo que se hace difícil dar una definición unívoca del término. Para empezar, es importante diferenciar entre república y democracia. En el Estado republicano teórico, en el que el gobierno se convierte en portavoz de los deseos del pueblo que lo ha elegido, república y democracia pueden ser dos conceptos idénticos (existen también las monarquías democráticas). Pero las repúblicas que se han dado a lo largo de la historia nunca se han ajustado a un único modelo teórico, y en el siglo XX la república ha servido de forma de Estado a regímenes democráticos pero también a regímenes de partido único y dictaduras. En realidad, la república ha pasado a designar a todo Estado cuya jefatura es responsabilidad de un presidente, o figura similar, y no de un monarca.
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TEORÍAS REPUBLICANAS
Gran parte de la confusión que rodea al concepto de republicanismo puede remontarse ya a los escritos de Platón y Aristóteles. La República de Platón presenta un Estado ideal sobre lo que él consideraba los elementos básicos del alma humana: el apetito, la razón y el ánimo. De acuerdo con esto, su república ideal estaba compuesta por tres grupos diferenciados: una clase comercial (identificada con el apetito), una clase ejecutiva (equivalente a la razón) integrada por administradores y soldados responsables del cumplimiento de las leyes, y por último los guardianes o reyes filósofos (el ánimo) que ejercerían como legisladores. Como Platón confiaba a los guardianes, un pequeño grupo seleccionado, la responsabilidad de mantener una polis organizada con armonía, el republicanismo es a menudo asociado con los fines o metas establecidos por un pequeño sector de la comunidad que puede percibir lo que constituye el bien común.
La Política de Aristóteles presenta otro concepto de orden republicano, planteamiento que ha prevalecido en la mayor parte del mundo occidental. Aristóteles clasificaba a los gobiernos basándose en quién los dirigía: uno, unos pocos, o muchos. Dentro de estas categorías distinguía entre formas buenas y malas de gobierno: monarquía (buena) contra tiranía, aristocracia (buena) frente a oligarquía, cuya principal diferencia consistía en que los dirigentes gobernaran por el bien del Estado o en beneficio de sus propios intereses.
Uno de los aspectos más pertinentes para el republicanismo del mundo occidental es la distinción que hace Aristóteles entre democracia, la forma mala del gobierno de los muchos, y politeia, su contrario, la forma buena. El filósofo creía que las democracias caerían en un periodo de turbulencia e inestabilidad porque los pobres, que según su pensamiento se convertirían en la mayoría, intentarían conseguir una igualdad social y económica que ahogaría la iniciativa individual. Por el contrario, la politeia, con una clase media capaz de resolver con justicia conflictos entre ricos y pobres, permitiría el gobierno de los muchos sin los problemas y el caos asociados con los regímenes organizados.
James Madison, a menudo llamado ‘padre de la Constitución de Estados Unidos’, definía la república en términos parecidos a los de la politeia aristotélica. Según él, las repúblicas eran sistemas de gobierno que posibilitaban el control directo o indirecto del pueblo sobre sus gobernantes. Advirtió, sin embargo, sobre los efectos de las facciones mayoritarias e insistió en los derechos de las minorías.
El concepto madisoniano de republicanismo coincide con el aristotélico de politeia en muchas dimensiones importantes, pero ambos son diferentes en esencia de la idea platoniana. A Madison y Aristóteles les preocupaba el medio con el que se pudiera asegurar un gobierno justo y estable. Para esto Aristóteles se apoyaba en una clase media predominante y Madison, con un concepto más amplio, propugnaba una república en la que los distintos intereses se supervisasen y controlasen entre sí. Madison también hacía hincapié en la elección de representantes por parte del pueblo, ya que éstos sacrificarían con menor probabilidad el bien público de lo que lo haría la mayoría de la gente. Según escribió Madison, las democracias puras, en las que el pueblo gobernaba de forma directa, “siempre han sido espectáculos de turbulencia y de enfrentamiento”.
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LAS REPÚBLICAS EN LA HISTORIA
Algunos expertos consideran como república embrionaria la antigua confederación de tribus hebreas que existió en Palestina desde el siglo XV a.C. hasta el establecimiento de la monarquía hacia el año 1020 a.C., lo que convertiría a la antigua comunidad israelita en la primera república de la historia y en uno de los más antiguos sistemas democráticos. A excepción de las mujeres y los esclavos, todos los miembros de la comunidad podían participar en la elección de sus administradores y aspirar a un cargo público. Desde comienzos del siglo VIII a.C. y durante varios siglos después, muchas de las ciudades-Estado de Grecia fueron republicanas en su forma. Cartago fue también una república durante más de 300 años hasta que fue destruida por los romanos en el 146 a.C. Durante casi 500 años la propia Roma fue una república en la que prácticamente todos los varones libres recibían más tarde o más temprano el derecho al voto. Muchos de los primeros estados del norte de la India fueron repúblicas oligárquicas antes de que se estableciese la dinastía Maurya en el año 321 a.C., con asambleas soberanas de los clanes gobernantes, elección de los jefes o presidentes y de los funcionarios, y estrictos procedimientos de debate. En China la plétora de pequeños estados que surgieron tras el derrumbamiento de la dinastía Zhou, hacia el siglo VI a.C., siguieron siendo casi todos monárquicos.
La república más antigua que existe con tal denominación en la actualidad es el San Marino, que, según la tradición, fue establecida en la segunda mitad del siglo IV d.C.
En la edad media los islandeses establecieron una república (930), con una forma más o menos democrática de gobierno, que duró más de 300 años. Las poderosas e independientes ciudades-Estado comerciales del norte de Italia, gobernadas por la creciente burguesía, también consideraron el modelo republicano como un instrumento político más adecuado que el Estado monárquico controlado por la nobleza feudal y la Iglesia católica apostólica romana. Estas repúblicas italianas estuvieron durante siglos inmersas en luchas de poder entre la aristocracia y la burguesía comercial, en las que la primera representaba el conservadurismo feudal y la segunda la causa del gobierno democrático. Un proceso paralelo tuvo lugar en las comunidades comerciales y artesanas de los actuales Países Bajos. La Liga Hanseática fue en principio una forma de gobierno republicano internacional y una democracia limitada. Los elementos republicanos fueron también una característica de la liga de cantones que formarían más tarde el Estado suizo. La fundación de la República Helvética bien puede situarse en 1291 con la creación de la Liga Perpetua, unión de los ‘cantones forestales’ para salvaguardar su independencia.
Muchos líderes de la Reforma abrigaron sentimientos republicanos. Ginebra, bajo el gobierno de Juan Calvino, era republicana en su forma, aunque constituía en la práctica un Estado teocrático. Las doctrinas religiosas y antimonárquicas reformistas contribuyeron también al establecimiento de la república de las Provincias Unidas, formada por las provincias neerlandesas independizadas del gobierno español, y a la corta Commonwealth (1649-1660) de Inglaterra, Escocia e Irlanda bajo el mandato de Oliver Cromwell.
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LAS REPÚBLICAS MODERNAS
La era del republicanismo moderno comenzó con la guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783) y la Revolución Francesa (1789-1799). Aunque ya existían elementos de gobierno republicano en las instituciones administrativas de las colonias británicas en América, el republicanismo no se convirtió en característica dominante del pensamiento político estadounidense hasta que los colonos declararon su independencia. El establecimiento de Estados Unidos como república federal, con un sistema integrado por tres poderes coordinados pero independientes, sentó un precedente que sería luego muy imitado tanto en Europa como en otras partes del mundo.
La Revolución Francesa introdujo también el primer Estado nacional republicano en Europa. Basado en el sufragio, al igual que su predecesor estadounidense, enunció los principios fundamentales de libertad. Aunque esta I República francesa no duró mucho, su repercusión en la sociedad francesa y europea en general fue continua. Para muchos historiadores las Guerras Napoleónicas que estallaron acto seguido fueron en esencia una expansión militar del asalto político contra los restos de la estructura del Antiguo Régimen en el continente, que con el tiempo desembocó en una nueva era de republicanismo.
Durante el siglo XIX la lucha revolucionaria tuvo, allá donde ésta se produjera, la instauración de la república como inmediata consecuencia. Así, el proceso de emancipación de América Latina respecto de España trajo consigo una innumerable cantidad de regímenes republicanos unidos a la independencia de los nuevos estados que los adoptaban, ya fuesen repúblicas unitarias o federales, tales como la República de la Gran Colombia o las Provincias Unidas del Centro de América.
En el siglo XX se produjeron dos oleadas de formación de nuevos estados republicanos, coincidiendo con el final de las guerras mundiales. Casi todos los estados de reciente independencia se organizaron como repúblicas, aunque algunos surgidos tras la I Guerra Mundial emprendieron su andadura como monarquías.
La Revolución Rusa de 1917 y la consiguiente transformación del Imperio Ruso en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) abrieron un nuevo capítulo en la historia del republicanismo. La evolución de la URSS hasta convertirse en un Estado totalitario de partido único volvió a demostrar que república y democracia no son dos términos sinónimos, hecho que se haría más evidente tras la II Guerra Mundial, cuando todos los estados de Europa Oriental se constituyeron como ‘repúblicas populares’ bajo la tutela de la URSS.
De las muchas nuevas repúblicas fundadas desde la II Guerra Mundial, la mayoría, en realidad, ha demostrado una tendencia definida a separarse de los ideales democráticos y a asumir por el contrario el carácter de oligarquías, estados de partido único o dictaduras militares. Los países que se encuentran en proceso de desarrollo económico y político surgidos tras la liquidación de los imperios coloniales europeos supusieron profundos problemas para las repúblicas democráticas. Uno de estos problemas era el planteamiento de si un gobierno realmente representativo podía ser elegido por votantes analfabetos y mal informados. Otro era cómo establecer un gobierno mayoritario dentro de sociedades asentadas sobre estructuras tribales. El peso de las tradiciones inculcadas, por una parte, y la introducción de nuevas ideología doctrinarias, por otra, no hacían sino añadir otro elemento más de caos. En la mayor parte de los casos, el resultado fue un gobierno autoritario unipersonal, unipartidista o militar. Es por eso por lo que, en el último cuarto del siglo XX, aunque más de la mitad de las naciones del mundo se autodenominen repúblicas, sólo algunas pueden ser consideradas de hecho como democracias.
En España, sólo dos y muy efímeras han sido las experiencias republicanas. La I República (1873-1874) estuvo caracterizada por el intento de modernizar y democratizar el Estado, pero la precaria situación que atravesaba España hizo que la inestabilidad fuese su nota básica. La II República (1931-1939), especialmente durante los llamados periodos del Bienio Reformador (1931-1933) y del Frente Popular (1936) luchó por extraer a España de unas estructuras marcadamente ligadas al Antiguo Régimen; las fuerzas de éste se rebelaron y el resultado fue una Guerra Civil que desembocaría en una dictadura que se prolongaría durante casi 40 años.



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