República (del latín res publica,
‘la cosa pública’), forma de Estado basada en el concepto de que la soberanía
reside en el pueblo, quien delega el poder de gobernar en su nombre a un grupo
de representantes elegidos. En la práctica este concepto ha sido, sin embargo,
ampliado, distorsionado y corrompido de diversas formas, por lo que se hace
difícil dar una definición unívoca del término. Para empezar, es importante
diferenciar entre república y democracia. En el Estado republicano teórico, en
el que el gobierno se convierte en portavoz de los deseos del pueblo que lo ha
elegido, república y democracia pueden ser dos conceptos idénticos (existen
también las monarquías democráticas). Pero las repúblicas que se han dado a lo
largo de la historia nunca se han ajustado a un único modelo teórico, y en el
siglo XX la república ha servido de forma de Estado a regímenes democráticos pero
también a regímenes de partido único y dictaduras. En realidad, la república ha
pasado a designar a todo Estado cuya jefatura es responsabilidad de un
presidente, o figura similar, y no de un monarca.
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TEORÍAS REPUBLICANAS
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Gran parte de la confusión
que rodea al concepto de republicanismo puede remontarse ya a los escritos de
Platón y Aristóteles. La República de Platón presenta un Estado ideal
sobre lo que él consideraba los elementos básicos del alma humana: el apetito,
la razón y el ánimo. De acuerdo con esto, su república ideal estaba compuesta
por tres grupos diferenciados: una clase comercial (identificada con el
apetito), una clase ejecutiva (equivalente a la razón) integrada por
administradores y soldados responsables del cumplimiento de las leyes, y por
último los guardianes o reyes filósofos (el ánimo) que ejercerían como
legisladores. Como Platón confiaba a los guardianes, un pequeño grupo
seleccionado, la responsabilidad de mantener una polis organizada con
armonía, el republicanismo es a menudo asociado con los fines o metas
establecidos por un pequeño sector de la comunidad que puede percibir lo que
constituye el bien común.
La Política de Aristóteles
presenta otro concepto de orden republicano, planteamiento que ha prevalecido
en la mayor parte del mundo occidental. Aristóteles clasificaba a los gobiernos
basándose en quién los dirigía: uno, unos pocos, o muchos. Dentro de estas
categorías distinguía entre formas buenas y malas de gobierno: monarquía
(buena) contra tiranía, aristocracia (buena) frente a oligarquía, cuya
principal diferencia consistía en que los dirigentes gobernaran por el bien del
Estado o en beneficio de sus propios intereses.
Uno de los aspectos más
pertinentes para el republicanismo del mundo occidental es la distinción que
hace Aristóteles entre democracia, la forma mala del gobierno de los muchos, y politeia,
su contrario, la forma buena. El filósofo creía que las democracias caerían en
un periodo de turbulencia e inestabilidad porque los pobres, que según su
pensamiento se convertirían en la mayoría, intentarían conseguir una igualdad
social y económica que ahogaría la iniciativa individual. Por el contrario, la politeia,
con una clase media capaz de resolver con justicia conflictos entre ricos y
pobres, permitiría el gobierno de los muchos sin los problemas y el caos
asociados con los regímenes organizados.
James Madison, a menudo
llamado ‘padre de la Constitución de Estados Unidos’, definía la república en
términos parecidos a los de la politeia aristotélica. Según él, las
repúblicas eran sistemas de gobierno que posibilitaban el control directo o
indirecto del pueblo sobre sus gobernantes. Advirtió, sin embargo, sobre los
efectos de las facciones mayoritarias e insistió en los derechos de las
minorías.
El concepto madisoniano
de republicanismo coincide con el aristotélico de politeia en muchas
dimensiones importantes, pero ambos son diferentes en esencia de la idea
platoniana. A Madison y Aristóteles les preocupaba el medio con el que se pudiera
asegurar un gobierno justo y estable. Para esto Aristóteles se apoyaba en una
clase media predominante y Madison, con un concepto más amplio, propugnaba una
república en la que los distintos intereses se supervisasen y controlasen entre
sí. Madison también hacía hincapié en la elección de representantes por parte
del pueblo, ya que éstos sacrificarían con menor probabilidad el bien público
de lo que lo haría la mayoría de la gente. Según escribió Madison, las
democracias puras, en las que el pueblo gobernaba de forma directa, “siempre
han sido espectáculos de turbulencia y de enfrentamiento”.
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LAS REPÚBLICAS EN LA HISTORIA
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Algunos expertos consideran
como república embrionaria la antigua confederación de tribus hebreas que
existió en Palestina desde el siglo XV a.C. hasta el establecimiento de la
monarquía hacia el año 1020 a.C., lo que convertiría a la antigua comunidad
israelita en la primera república de la historia y en uno de los más antiguos
sistemas democráticos. A excepción de las mujeres y los esclavos, todos los
miembros de la comunidad podían participar en la elección de sus
administradores y aspirar a un cargo público. Desde comienzos del siglo VIII
a.C. y durante varios siglos después, muchas de las ciudades-Estado de Grecia
fueron republicanas en su forma. Cartago fue también una república durante más
de 300 años hasta que fue destruida por los romanos en el 146 a.C. Durante casi
500 años la propia Roma fue una república en la que prácticamente todos los
varones libres recibían más tarde o más temprano el derecho al voto. Muchos de
los primeros estados del norte de la India fueron repúblicas oligárquicas antes
de que se estableciese la dinastía Maurya en el año 321 a.C., con asambleas
soberanas de los clanes gobernantes, elección de los jefes o presidentes y de
los funcionarios, y estrictos procedimientos de debate. En China la plétora de
pequeños estados que surgieron tras el derrumbamiento de la dinastía Zhou,
hacia el siglo VI a.C., siguieron siendo casi todos monárquicos.
La república más antigua
que existe con tal denominación en la actualidad es el San Marino, que, según
la tradición, fue establecida en la segunda mitad del siglo IV d.C.
En la edad media los islandeses
establecieron una república (930), con una forma más o menos democrática de
gobierno, que duró más de 300 años. Las poderosas e independientes
ciudades-Estado comerciales del norte de Italia, gobernadas por la creciente
burguesía, también consideraron el modelo republicano como un instrumento
político más adecuado que el Estado monárquico controlado por la nobleza feudal
y la Iglesia católica apostólica romana. Estas repúblicas italianas estuvieron
durante siglos inmersas en luchas de poder entre la aristocracia y la burguesía
comercial, en las que la primera representaba el conservadurismo feudal y la
segunda la causa del gobierno democrático. Un proceso paralelo tuvo lugar en
las comunidades comerciales y artesanas de los actuales Países Bajos. La Liga
Hanseática fue en principio una forma de gobierno republicano internacional y
una democracia limitada. Los elementos republicanos fueron también una
característica de la liga de cantones que formarían más tarde el Estado suizo.
La fundación de la República Helvética bien puede situarse en 1291 con la
creación de la Liga Perpetua, unión de los ‘cantones forestales’ para
salvaguardar su independencia.
Muchos líderes de la Reforma
abrigaron sentimientos republicanos. Ginebra, bajo el gobierno de Juan Calvino,
era republicana en su forma, aunque constituía en la práctica un Estado
teocrático. Las doctrinas religiosas y antimonárquicas reformistas
contribuyeron también al establecimiento de la república de las Provincias
Unidas, formada por las provincias neerlandesas independizadas del gobierno
español, y a la corta Commonwealth (1649-1660) de Inglaterra, Escocia e Irlanda
bajo el mandato de Oliver Cromwell.
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LAS REPÚBLICAS MODERNAS
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La era del republicanismo
moderno comenzó con la guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783) y
la Revolución Francesa (1789-1799). Aunque ya existían elementos de gobierno
republicano en las instituciones administrativas de las colonias británicas en
América, el republicanismo no se convirtió en característica dominante del
pensamiento político estadounidense hasta que los colonos declararon su
independencia. El establecimiento de Estados Unidos como república federal, con
un sistema integrado por tres poderes coordinados pero independientes, sentó un
precedente que sería luego muy imitado tanto en Europa como en otras partes del
mundo.
La Revolución Francesa
introdujo también el primer Estado nacional republicano en Europa. Basado en el
sufragio, al igual que su predecesor estadounidense, enunció los principios
fundamentales de libertad. Aunque esta I República francesa no duró mucho, su
repercusión en la sociedad francesa y europea en general fue continua. Para
muchos historiadores las Guerras Napoleónicas que estallaron acto seguido
fueron en esencia una expansión militar del asalto político contra los restos de
la estructura del Antiguo Régimen en el continente, que con el tiempo desembocó
en una nueva era de republicanismo.
Durante el siglo XIX la
lucha revolucionaria tuvo, allá donde ésta se produjera, la instauración de la
república como inmediata consecuencia. Así, el proceso de emancipación de
América Latina respecto de España trajo consigo una innumerable cantidad de
regímenes republicanos unidos a la independencia de los nuevos estados que los
adoptaban, ya fuesen repúblicas unitarias o federales, tales como la República
de la Gran Colombia o las Provincias Unidas del Centro de América.
En el siglo XX se produjeron
dos oleadas de formación de nuevos estados republicanos, coincidiendo con el
final de las guerras mundiales. Casi todos los estados de reciente independencia
se organizaron como repúblicas, aunque algunos surgidos tras la I Guerra
Mundial emprendieron su andadura como monarquías.
La Revolución Rusa de
1917 y la consiguiente transformación del Imperio Ruso en la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) abrieron un nuevo capítulo en la
historia del republicanismo. La evolución de la URSS hasta convertirse en un
Estado totalitario de partido único volvió a demostrar que república y
democracia no son dos términos sinónimos, hecho que se haría más evidente tras
la II Guerra Mundial, cuando todos los estados de Europa Oriental se
constituyeron como ‘repúblicas populares’ bajo la tutela de la URSS.
De las muchas nuevas repúblicas
fundadas desde la II Guerra Mundial, la mayoría, en realidad, ha
demostrado una tendencia definida a separarse de los ideales democráticos y a
asumir por el contrario el carácter de oligarquías, estados de partido único o
dictaduras militares. Los países que se encuentran en proceso de desarrollo
económico y político surgidos tras la liquidación de los imperios coloniales
europeos supusieron profundos problemas para las repúblicas democráticas. Uno
de estos problemas era el planteamiento de si un gobierno realmente
representativo podía ser elegido por votantes analfabetos y mal informados.
Otro era cómo establecer un gobierno mayoritario dentro de sociedades asentadas
sobre estructuras tribales. El peso de las tradiciones inculcadas, por una
parte, y la introducción de nuevas ideología doctrinarias, por otra, no hacían
sino añadir otro elemento más de caos. En la mayor parte de los casos, el
resultado fue un gobierno autoritario unipersonal, unipartidista o militar. Es
por eso por lo que, en el último cuarto del siglo XX, aunque más de la mitad de
las naciones del mundo se autodenominen repúblicas, sólo algunas pueden ser
consideradas de hecho como democracias.
En España, sólo dos y
muy efímeras han sido las experiencias republicanas. La I República (1873-1874)
estuvo caracterizada por el intento de modernizar y democratizar el Estado,
pero la precaria situación que atravesaba España hizo que la inestabilidad
fuese su nota básica. La II República (1931-1939), especialmente durante los
llamados periodos del Bienio Reformador (1931-1933) y del Frente Popular (1936)
luchó por extraer a España de unas estructuras marcadamente ligadas al Antiguo
Régimen; las fuerzas de éste se rebelaron y el resultado fue una Guerra Civil
que desembocaría en una dictadura que se prolongaría durante casi 40 años.
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