Estado, denominación
que reciben las entidades políticas soberanas sobre un determinado territorio,
su conjunto de organizaciones de gobierno y, por extensión, su propio
territorio.
La característica
distintiva del Estado moderno es la soberanía, reconocimiento efectivo, tanto
dentro del propio Estado como por parte de los demás, de que su autoridad
gubernativa es suprema. En los estados federales, este principio se ve
modificado en el sentido de que ciertos derechos y autoridades de las entidades
federadas, como los länder en Alemania, los estados en Estados Unidos,
Venezuela, Brasil o México, no son delegados por un gobierno federal central,
sino que se derivan de una constitución. El gobierno federal, sin embargo, está
reconocido como soberano a escala internacional, por lo que las constituciones
suelen delegar todos los derechos de actuación externa a la autoridad central.
Aunque el siglo XX ha
sido escenario del nacimiento de muchas instituciones internacionales, el
Estado soberano sigue siendo el componente principal del sistema político
internacional. Desde esta perspectiva, un Estado nace cuando un número
suficiente de otros estados lo reconocen como tal. En época moderna, la
admisión en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en otros organismos
internacionales proporciona una constancia eficiente de que se ha alcanzado la
categoría de Estado.
La ONU es una de las
muchas instituciones que han surgido de la creciente interdependencia de los
estados. El Derecho internacional ha proporcionado durante siglos un modo de
introducir cierto margen de pronóstico y orden en lo que, en un sentido
técnico, constituye todavía un sistema anárquico de relaciones internacionales.
Otros vínculos internacionales son posibles gracias a tratados, tanto
bilaterales como multilaterales, alianzas, uniones aduaneras, y otras uniones
voluntarias realizadas para mutuo beneficio de las partes implicadas. No
obstante, los estados disponen de libertad para anular estos vínculos, y sólo
el poder de otros estados puede impedírselo.
En el plano nacional,
el papel del Estado es proporcionar un marco de ley y orden en el que su
población pueda vivir de manera segura, y administrar todos los aspectos que
considere de su responsabilidad. Todos los estados tienden así a tener ciertas
instituciones (legislativas, ejecutivas, judiciales) para uso interno, además
de fuerzas armadas para su seguridad externa, funciones que requieren un
sistema destinado a recabar ingresos. En varios momentos de la historia, la
presencia del Estado en la vida de los ciudadanos ha sido mayor que en otros.
En los siglos XIX y XX la mayoría de los estados aceptó su responsabilidad en
una amplia gama de asuntos sociales, dando con esto origen al concepto de
Estado de bienestar. Los estados totalitarios, como la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas y la Alemania nacionalsocialista, se atribuyeron un
derecho, a menudo compartido con un partido hegemónico y único, de regular y
controlar pensamientos y opiniones.
Estas prácticas
plantean cuestiones importantes en lo que a la legitimidad de los estados se
refiere. Desde la aparición de las ciudades Estado en la antigua Grecia,
pensadores políticos y filósofos han discutido la verdadera naturaleza y fines
reales del Estado. Con el paso de los siglos, y en la medida en que la
tecnología y la evolución administrativa lo fueron permitiendo, estos pequeños
estados, concebidos por Platón y Aristóteles más como una comunidad pequeña que
como el marco donde se desarrolla la actividad política de la vida humana,
fueron sustituidos por entidades territoriales cada vez mayores.
Los requisitos
militares de crear y mantener dichas entidades se inclinaron hacia el
desarrollo de sistemas autoritarios, y algunos autores enfatizaron acerca del
necesario sacrificio de la libertad individual en beneficio de las necesidades
del orden colectivo, ejercido con el respeto hacia el bienestar de todos los
grupos de la sociedad. A partir de los siglos XVI y XVII, la tendencia a
identificar al Estado con pueblos dotados de un cierto grado de identidad
cultural común corrió pareja con una búsqueda de la legitimidad derivada de la
voluntad e intereses de esos pueblos. Así la aparición de facto del
nacionalismo, identificado con la consecución del Estado nacional fue
fundamental durante la Revolución Francesa. La contribución ideológica en este
aspecto de Jean-Jacques Rousseau y Georg Wilhelm Friedrich Hegel produjo a su
vez una cierta sacralización de la nación como entidad moral capaz de conferir
legitimidad tanto a sí misma como a sus acciones. La reacción a algunos de los
excesos surgidos del conflicto entre estados nacionales que esta postura
inspiró durante los siglos XIX y XX preparó por su parte un substrato
ideológico para el internacionalismo de finales del siglo XX y para los
conceptos de seguridad colectiva, comunidades internacionales económicas y
políticas, además de diversas formas de trasnacionalismo. Esto ha supuesto un
desafío al propio concepto de Estado como forma preferida de organización
política.
En las postrimerías
del siglo XX la globalización de la economía mundial, la movilidad de personas
y capital, y la penetración mundial de los medios de comunicación se han
combinado con el propósito de limitar la libertad de acción de los estados.
Estas tendencias han estimulado un vivo debate sobre si el Estado puede retener
algo de esa libertad de acción que se asociaba en otros tiempos a la soberanía.
Estas limitaciones informales a la independencia vienen acompañadas en algunas
áreas, en especial Europa occidental, de proyectos de integración interestatal,
caso de la Unión Europea, considerado por unos como una alternativa al Estado
nacional y por otros como la evolución de nuevos y mayores estados. Sea cual
sea el efecto de este proceso, el concepto clásico de Estado como entidad en
cierto modo cerrada, cuyas transacciones internas son mucho más intensas que
sus actividades interestatales, ha pasado a la historia conforme han ido
surgiendo nuevas formas de colaboración e integración interestatal más
flexibles.
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